¡Me bajo un rato, ahora vengoooooo!
Mi madre recordará esta despedida recurrente de mi época adolescente (y no tanto) cada vez que me llamaban al telefonillo. Me iba y sabe dios cuando volvía.
En estos días de cuarentena en los que recordamos andanzas y errabundeos con nostalgia y nos apetece tanto escapar, empiezo un proyecto con el que poder escabullirme, tanto a lugares de mi memoria como a otros de mi imaginación.
Un poco al azar empiezo a deambular como un dadaísta por Paris, abriendo el cajón de lo onírico y surreal y adentrándome en mis carpetas llenas de fotos hechas con macro. Vagabundeo a campo abierto por estas imágenes de realidades aumentadas y voy seleccionando reproducciones estáticas de lo más pequeño hecho grande, que un día llamé macrotopias y que ahora me sirven de fondo para abrir accesos a la intervención.
Las cartografías que sitúo sobre las fotos en la segunda fase, normalmente guardan una relación geográfica con ellas, aunque a veces simplemente sostienen una relación circunstancial o de similitud. Por ejemplo, busco en el callejero un lugar que se llame igual que algún elemento de la foto o encajo una avenida en curva entre dos pestañas rizadas, …
Ahora, como en una deriva situacionista, sin más afán que el lúdico, con mis propias reglas de juego descompongo las líneas del mapa, descontextualizándolas y desperdigándolas como fideos por encima de la foto. Con garabatos, contorneos, tachones, repeticiones, texturas o símbolos cumplo la acción de atravesar el espacio, de caminar plácidamente como práctica estética dejando mi rastro sobre esta nueva ventana de doble capa, en la que al mirar a través de ella, se ven entretejidas la mirada del más allá y la del más aquí.
Solo me queda ya, cual peripatético confinado ir regresando poco a poco a mi casa, escala 1:1.
Que mi madre debe estar preocupada.